30 julio, 2012

La tristesse durera toujours

Hace 122 años, el 29 de julio, día de la muerte de mi pintor más querido bajo las redes mentales que causa la esquizofrenia, bajo el pesar que ésto mismo le ocasionaba. Vincent Van Gogh. 
Holandés, representante del impresionismo, amante de la vida, de su hermano Theo, del pintar en el exterior por la madrugada ayudándose de velas sobrepuestas en un sombrero amarillo, por supuesto, y amante de los girasoles. 






Me entristece. ¡Ah, Vincent! No todos somos capaces de observar al mundo bajo nuestra pupila cristalínea de forma tan artística, cualquiera puede ser artista pero no cualquiera se atreve a ver tan rebosante belleza. Hay quien asegura que suelen ser las personas que se muestras más felices las que sufren más profundamente. ¿Habrá Van Gogh querido gritar? ¿O siquiera llorar en cada óleo azulado? ¿O hacer esbozar una sonrisa al mundo pintándolo de amarillo?
Descanso la vista en aquellos cipreses, los trigales, las flores de colores, los girasoles; descansa mi imaginación en el dormitorio de Arles. 
Esa pareja de una dama y un caballero de sombrero amarillo ha sabido de la palabra eternidad sólo en óleos. Esa noche estrellada que remembro en cada noche nublada que se postra sobre mi cabeza, me hace soñar. Pero ante todo, su amor por la vida. Todo en él me conmueve. 
Creo también que el mundo era poco para alguien tan humano, tan bello... Tras leerlo lloré por su muerte, lo lamenté tanto. Pensaba en él tomando debidamente un pincel como un arma para ésta insoportable y arrogante vida. Supo eternizar al símbolo perfecto de lo efímero: la vida. La inmortalidad no es sinónimo de vivir en carne y hueso. Él se eternizó en cada uno de sus cuadros sin siquiera buscarlo. Díganme, ¿acaso eso de pintar no es lo más parecido a un milagro? 

Tantas veces pierdo la fe. Cuando le echo un vistazo al cielo y él me ofrece sus lágrimas pienso en la posibilidad de otros paraísos, de otros infiernos. ¿Será que para alguien la Tierra misma se le figura al averno? ¿Será que Dios existe y nos permite dudar de él? 
No lo sé. Pero si he de creer en un infierno, o en un cielo, quiero creer que Vincent está en el Ródano, en una noche estrellada perenne, tomado de la mano de la compañera que le hizo falta para sobrellevar la vida. O tal vez nunca se ha ido.
La tristeza no duró para siempre. Sonría, que la muerte es otra forma de vida.



No te oculto que hubiera preferido morir, que causar y sufrir tantas molestias. ¿Qué quieres? Sufrir sin quejarse es la única lección que hay que aprender de la vida.
Vincent a Theo. Arles. 





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